Días 17 por la noche, y 18 de abril.
Aunque parezca mentira este viaje va de distancias. Pero esperad, empecemos por el principio… ¿recordáis que hablábamos sobre el último retraso? Pues bueno, no hubo más retrasos. Al menos fuera del avión, porque dentro estuvimos otra hora hasta que alcanzamos la pista y empezamos a rodar. El despegue fue bien, con buena visibilidad… hasta los 1000 pies (es decir, a unos 300 metros, cuando se recoge más o menos el tren de aterrizaje), momento en el cual entramos en un banco de niebla de visibilidad cero. Estas condiciones se mantuvieron hasta los 6000 pies. Luego volamos sobre el banco y nos acompañó durante todo el vuelo! ¿Qué bonito no? Sí, sólo que esas distancias son las que se emplean para la senda de planeo de aterrizaje. Y claro, aunque la gente no sepa esos datos, cuando el piloto dice “tripulación de cabina, preparados para el aterrizaje”, y mira por la ventana y no ve ni siquiera el propio ala pues se pone nerviosa. Y más cuando el piloto pega un “pedazo” de frenazo aéreo que no veas… Y más cuando el avión baja, baja, baja y no ves nada, nada, nada… Y más cuando, de pronto, el avión pasa de casi planear y parecer que va a tocar suelo a poner los motores a plena potencia (tipo despegue), levantar el morro a unos 10 grados de forma bastante brusca y meter rápidamente ruedas… ¿A cuánta distancia estábamos del suelo? Nunca lo sabremos, pero creo sinceramente que no estábamos demasiado bajos y que el piloto debió recibir instrucciones. Pero claro, hay que pensar que las personas de ese avión, en su mayoría, eran las que no habían podido volar por la mañana por culpa del mal tiempo y ahora que llegaban al aeropuerto se encontraban con una niebla feroz y un aborto de aterrizaje. Si a eso le unimos que había un tonto que se levantaba del asiento después de la maniobra frustrada (con la consecuente bulla por megafonía del responsable de cabina) y otro que decía “bueno, mientras salgas del avión de pie es que ha sido un buen aterrizaje”, pues ya me diréis como estaba todo el mundo, en silencio absoluto. Decir que el avión volvió a coger altura, viró e hizo otro patrón de aterrizaje como mandan los procedimientos. Esta vez bajó el tren con mucha más antelación, con una aproximación muy fina y sin mayor problema aterrizamos a la segunda… También esta vez, al contrario que en la primera, vimos luces y la pista, lo cual me hace pensar que en el anterior intento estábamos muy altos todavía, lejos de pista, y que torre debió decirle “chato, date otra vuelta que todavía hay un avión tocando las narices en la pista” o algo similar.
Cuando llegamos, bajamos del avión y a pie vamos entrando en la terminal. Esperamos las maletas entre el frenesí de la gente. Nos faltan cuatro bultos… ahora tres… dos… uno…. uno… uno… ¡¡Nos falta una maleta!! Después de contar y contar y de repasar con los números de facturación afirmamos que nos falta una de las maletas. En concreto una facturada a nombre de Xisco Sensei, que contiene principalmente ropa y medicamentos. Personal de la línea Lan Perú viene a atendernos y nos deslumbran con el sistema definitivo encuentra-maletas. Cogen nuestros datos de recibos facturados: = 161 kg. Ahora nos hacen pesar todas las maletas: = 159’5 kg. Así pues, no hemos perdido nada, pues es imposible que una maleta con cosas pese un kilo y medio… Da igual las veces que le dijéramos “oye, que hemos pagado sobrepeso, que son más de 161… Además, ¡a ti qué más te da lo que pese!… nos falta la maleta con este número, qué importa si pesa un kilo o diez, ¡es nuestra y la queremos!”. El tío “r que r”, que es el procedimiento y bla bla bla. Por fin viene una supervisora y, aunque le cuesta, entra en razón. Ponemos reclamación de maleta y prometen que al día siguiente nos dirán cosas después de hablar con Lima para ver a dónde han enviado nuestro equipaje…
Sólo cargar las maletas ya fue un espectáculo… O mejor dicho: los coches en donde los cargábamos eran el espectáculo. Uno (el mejor) no tenía parachoques ni parte frontal. Nos cuenta Miguel, el conductor, que hace unas semanas atropelló a un “chancho” (como un cerdo) y que lo mató, pero que le destruyo el frontal, radiador y parachoques… Ante la pregunta “¿al menos te lo llevaste para comer?” responde “¡No!, ¡me tuve que ir corriendo porque si me paro todavía me hacen pagar el chanchoo!” … En fin 🙂 Por dentro los únicos paneles del salpicadero que le funcionan son los intermitentes y la gasolina. Del coche ya os pasaremos fotos, pero imaginad el tipo de coche que salía en la España de las primeras películas de Alfredo Landa… pero en destruido. Pues el otro (el malo) entre otras cosas, llevaba dos “pedradas” (por ser optimistas) en plena luna delantera, así que todo completamente crujido y no se veía un pimiento. Además de noche y lloviendo… Menos mal que lo conducía un señor octogenario (o sea, que debe tener mucha experiencia), que cuando le preguntabas por el nombre del hostal (que se llama “Arévalo”) te dice que no, que él se llama Gunter (y eso que el hostal es suyo…).
Los olores de Tarapoto corresponden con los de un barrio bajo húmedo (los que se hayan criado o movido por barrios en los que la gente está continuamente en las plazas, en los que se mezclan las pocas calles con las muchas callejuelas y en los que la vida en la casa se reduce prácticamente a dormir sabrán a lo que me refiero).
Tarapoto es una de las ciudades más importantes de Perú. Sin embargo, allí las mejores casas necesitan como poco una reforma más que completa. Las normales o peor cuidadas rozan el “chabolismo” en formato de cemento. Bordillos ahora altos, ahora bajos, agujeros en las calles y en las aceras en los que puedes meter hasta la espinilla si te descuidas, más calles de tierra y piedra que de asfalto, motocarros por doquier y más gente caminando por las calles que por las aceras son el paisaje nocturno y diurno que vemos por aquí. El ambiente en sí aplatana. Ligeras (y a veces no tan ligeras) lloviznas caen durante prácticamente el cuarenta por ciento del día y de la noche, pero es una lluvia que no moja, que no llega a calar. Así como en Lima no tenían alcantarillas porque el hecho de que llueva es un acontecimiento, aquí la lluvia es tan normal como poner un pie delante de otro para caminar.
Sin incidentes (aunque no os lo creáis), y aunque nos fuéramos diciendo los unos a los otros “si este es el paisaje de la ciudad a donde nos llevan no puede estar nunca bien… Todavía vamos a echar de menos el hotel del primer viaje a Bouvoier…”, llegamos a destino. La verdad es que el hotel-hostal, comparado con lo que habíamos visto por la calle, está estupendo. A dormir directamente (son ya casi las 02:00) que mañana quedamos sobre las 9:30…
Casi todos nos levantamos, al menos, una hora antes. Yo casi dos y Xisco, Jaume y Diego algo antes. Entre que aquí amanece muy pronto, que la lluvia (bastante fuerte) golpea sobre el techo de uralita que comprende todas las habitaciones del recinto y el patio común y que hay un gallo que todavía debe tener la hora española (porque empieza a cantar a las tres de la madrugada el cabrito) pues como que la situación no invita a dormir demasiado. Después de la primera llamada de rigor al hogar nos vuelven a informar de que la situación no ha cambiado: no se puede pasar. Mientras Xisco habla por teléfono conocemos a una mujer catalana, Montserrat, de la que ya nos habían hablado y que está por la zona como cooperante de una pequeña ONG de su tierra para supervisar algunos proyectos. Desayunamos con ella y tenemos el placer de escuchar algunas historias recientes. Es la quinta vez que viene a la zona y lleva quince años trabajando con la ONG. Sin embargo esta vez está muy quemada. Lleva en Tarapoto tres días sin poder moverse hacia sus proyectos por culpa de la huelga. Aunque ha aprovechado para visitar otros lugares ya no aguanta más y se va. De echo, va a cambiar sus billetes y saldrá para Lima hoy mismo. Mantendremos el contacto vía email para ver cómo le van las cosas.
Tras regresar al “hotel” conectamos el ipod a la tele del patio comunitario y vemos algunos vídeos de Aikido, más que nada para no perder la costumbre 🙂 . Por la mañana Xisco ha planeado una excursión a un pueblecito cercano, Lamas. Esta localidad tiene una comunidad indígena llamada Wayku y se jactan de que Lamas es uno de los principales centros de tradición cultural folklórica (es decir, indígena) de Perú. Al llegar a Lamas vemos un mirador, damos una vuelta en coche (que a propósito, es el mismo de ayer pero con el maletero acomodado con un colchón para que podamos viajar 5 más el conductor) y Miguel nos lleva a una tienda que abren por nosotros para que podamos comprar unos recuerdos de la zona. También vamos a un “museo” (o eso dicen ellos que es) de la misma familia y Miguel (que a parte de conductor se nos ha convertido en guía) nos va explicando un poquito las cosas que vemos y las costumbres indígenas.
Tras esto nos vamos a la comunidad indígena de Wayku. Es decir, bajamos dos calles y torcemos a la derecha. Lamas tiene tres niveles. El superior del mirador y montaña. El segundo, intermedio, en el que viven los no indígenas, es decir, los mestizos. Y el tercero más abajo, en el que vive la comunidad indígena.
Calles… bueno, caminos de tierra, piedras, fango. Desniveles abruptos. Un río sucio, una vegetación maravillosa, unas personas extrañadas de vernos allí, abotargadas, como dormidas… Prácticamente resignadas a lo que les toca vivir, descalzas y con miradas entre perdidas y de semi curiosidad, las personas que vemos se nos cruzan sin darle más importancia que el hecho de que el cielo se hubiera despejado después de estar lloviendo toda la mañana.
Es agotador sólo el pensar en tener que escribirlo, más que nada por recordar el paisaje… Ciertamente lo podemos llamar “cultura indígena”, pero si nos abstraemos y no dejamos que los conceptos se almacenen en nuestras cabezas de forma automática (lo cual no es muy difícil viendo el panorama) podremos llamar a las cosas por su nombre. Y eso es pobreza extrema. Después de dar una vueltecita por la estupenda plaza (no les llega luz ni agua potable, pero el gobierno o la alcaldía se encargan de que tengan su maravillosa “plaza de armas” que nadie ha pedido), compramos un cinturoncito para mí (no sé por qué se me caen los pantalones, tampoco he pasado tanta hambre) en la única tienda que hay o que parece haber en la comunidad y vamos de camino al coche. En el ascenso encontramos a dos chicas que van con tinajas (por supuesto descalzas) y les preguntamos algunas cosas. Nos dicen que van a por agua porque el agua del río (sí, aquel lleno de basura), está contaminada… Obviamente. Van a por ella a un pozo que está a unos 300 metros del lugar. Lamentablemente, y aunque ellos crean que es potable, nos enteramos al día siguiente de rebote que ese agua también está contaminada…
Tras volver al hotel y discutir un poco sobre el día vamos a cenar todos menos Diego Sensei, que prefiere comer un trocito de chocolate y acostarse pronto… Todavía no ha superado el “jet-lag” y la verdad es que el día ha sido movidillo…
La huelga sigue en pie. Todos los ríos, todos los caminos y la carretera de entrada a Yurimaguas están inaccesibles. Nos vamos a la cama con la ansiedad de que, después de todo, después de tantas y tantas millas, sólo nos separan 100 kilómetros de nuestro destino. Y no sabemos si podremos salvarlos…
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